Comentario
Cayo Julio César pertenecía a una familia de las más nobles y antiguas de Roma, era sobrino de Mario y estaba emparentado también con Cinna. Había logrado escapar a las proscripciones de Sila, aunque éste parece que había captado tempranamente su personalidad cuando proclamó que había que tener cuidado con él pues albergaba en él a muchos Marios. Durante el período silano participó en los ejércitos romanos que combatían en Asia Menor y no volvió a Roma hasta que Sila murió. En el 76 a.C. se fue a la isla de Rodas para estudiar oratoria y ciertamente, en el futuro, sólo Cicerón le superaría en este arte. Poco después, prestó servicios en el ejército que combatía contra Mitrídates y, a su vuelta a Roma, comenzó a delinear su trayectoria política. César, sin duda el político más consistente de la República, ha sido considerado por Mommsen el único genio creativo producido jamás por Roma. Desde luego no se le puede considerar simplemente un líder de los populares. Su política tenía una dimensión muy superior y contemplaba la aplicación de un programa de reformas que transformarían el gobierno y reorganizarían el Estado romano. Su programa político será continuado tras su muerte por Augusto. No puede considerarse que su imagen de popular fuera sólo el resultado de una publicidad que él habría desarrollado en su propio provecho. César se mostró firme en sus convicciones políticas, al igual que en sus amistades y nunca olvidó sus vínculos con los populares. Ya en época de Sila se había negado a la petición de éste de divorciarse de Cornelia, por ser hija de Cinna. En el 68 a.C., cuando murió su tía Julia (la viuda de Mario) César hizo audazmente figurar las estatuas de Mario durante la procesión fúnebre, no vistas desde los tiempos de Sila. En el 65 a.C., siendo edil, hizo reponer la estatua y los trofeos de Mario en el Capitolio y, en el 64 a.C., aprobó la persecución de los agentes de Sila. Como edil, patrocinó enormes juegos y dilapidó la riqueza que había heredado con el pueblo, alcanzando, lógicamente, una gran popularidad. Posteriormente, fue designado Pontifex Maximus, cabeza de la religión del Estado, lo que implicaba un gran conocimiento de la teología de la religión romana. Su posición respecto a Pompeyo había sido siempre deferente: había apoyado las disposiciones que aseguraban a Pompeyo sus amplios poderes y, durante la conspiración de Catilina, dejó clara su disposición a llamar a Pompeyo para que éste hiciera frente a los rebeldes. No obstante, su carrera se desarrolló con total independencia, si exceptuamos los vínculos que le unían con Craso y que se traducían en deudas elevadísimas con él. Pero Craso no hubiera sido un hábil financiero si no hubiera sabido en quién estaba depositando su dinero: el atractivo que César ejercía en el pueblo y su talento político sin duda le proporcionaban a Craso una alta rentabilidad. Cuando en el 60 a.C. volvió de Hispania, solicitó un triunfo, pero el Senado, a instancias de Catón, se lo denegó. César entonces tomó la decisión de presentarse al consulado para el 59. Probablemente fue entonces cuando se concertó el acuerdo privado entre César, Pompeyo y Craso, víctimas también de la intransigencia de Catón. Este pacto implicaba la reconciliación de Pompeyo y Craso, el cual se había dedicado, desde el desembarco en Italia de aquél, a obstaculizar todos sus proyectos. Las artes diplomáticas de César lo lograron. César resultó elegido cónsul junto a M. Bíbulo, casado con una hija de Catón. El rechazo de Catón hacia César le llevó a una maniobra política absurda: logró que el Senado le asignara como competencia consular durante aquel año la tarea de limpiar los bosques y cañadas de Italia, donde, suponía Catón, podían quedar restos de bandas de Espartaco o Catilina.